México se queda atrás en el uso y aprovechamiento de las tecnologías de la información. Por tercer año consecutivo descendió en la lista global de adopción de Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) realizado por el Foro Económico Mundial.
A primera vista parece cuestión de comodidad: tener o no computadora, usar internet de banda ancha o contar con teléfono. En el fondo, es un punto clave para tener una ventaja competitiva frente al resto de los países y generar bienestar social.
No por nada el presente siglo ha sido denominado el de la “sociedad de la información”.
El estudio, que mide 68 diferentes indicadores como el acceso telefónico por número de habitantes y el costo de los servicios, proporciona también las razones del atraso: nuestro país tiene un mercado que carece de una verdadera competencia amén de la sobrerregulación, baja calidad del sistema educativo y escasa inversión en investigación y desarrollo científico. Tres lastres que son emblemáticos en las telecomunicaciones pero que frenan, en realidad, a otros aspectos de la economía mexicana.
Dentro y fuera del país se reconoce que la legislación y las instituciones nacionales favorecen a los monopolios, empresas cuyas condiciones de ventaja, a su vez, elevan los costos de los productos y servicios sin correspondencia con la calidad en los mismos. El consecuente perjuicio a los usuarios o consumidores afecta su calidad de vida.
Fuera del petróleo, las remesas y el turismo, aquellos monopolios mueven la economía nacional. En tanto, el Estado ha renunciado a la inversión en ciencia y tecnología o ha gastado en el rubro sin los criterios necesarios para verificar que se produzcan resultados.
En todo caso, el sistema educativo mexicano no provee a los científicos ni técnicos requeridos para desarrollar esas áreas clave. Fue justo por la combinación de ambos factores —inversión en investigación y desarrollo y eficiencia educativa— que naciones como Corea del Sur e India, en similares condiciones de atraso hasta hace unos años, han logrado montarse en la economía del conocimiento.
El diagnóstico es claro, nos dieron el ejemplo otras naciones y nos lo recuerdan año con año los organismos internacionales. Ya no hace falta discutir el tema en un foro.
OPINION LIC. PEDRO GARCIA PALAZUELOS
Muy frecuentemente nos encontramos los mexicanos con la impresión de que, en algunos rubros torales de la vida pública del País como en Educación, Investigación, Seguridad, Justicia, Cultura, Campo agrario, Tecnología, Ciencia –por su inexplicable abandono– pareciera, que los políticos y gobernantes mexicanos se han abandonado en sus deberes de crear políticas públicas eficaces y eficientes, por estar vergonzantemente ATENIDOS a lo que se haga o deje de hacer, en el vecino País de Estados Unidos.
Hasta que de allá les enseñan, les señalan, les alertan, les gritan o les exigen, actúan…y todavía…piden ayuda.
Actúan –haciendo una doméstica comparación– como el compañero “copión” de la Escuela, que no estudia por sí, sino que siempre está atenido a lo que su vecino de pupitre haga o deje de hacer, para copiarle…y todavía con la agravante de que está supeditado a que su compañero vecino, lo deje o nó que le copie. Son en suma: atenidos, perezosos neuronales, sin iniciativa propia, ni autoestima.
Éstos políticos y gobernantes que padecemos recuerdan al relato del flojo que cuentan las tradiciones de la grandiosa tribu Yaqui de Sonora. Cuentan los Yaquis, que en su pueblo vivía un flojo al que todos mantenían. Pero un día, el pueblo se cansó de mantenerlo y decidió darle un ultimátum… ¡o trabajas, o te dejamos morir de hambre!, le dijeron.
El flojo, les argumentó…ustedes están en su derecho de ya no darme de comer, pero yo estoy en mi derecho de nunca trabajar; y les contraofertó…No me dejen morir de hambre, entiérrenme vivo pero no me lleven caminando, llévenme en una carreta, y que en la procesión a mi entierro haya mucha comida regalada para mí y para el pueblo que me acompañe en el recorrido al panteón.
Los Yaquis aceptaron la propuesta del flojo, pensando para sí que, seguro al verse en el panteón el flojo recapacitaría y optaría por trabajar. Iban los Yaquis en pleno cortejo fúnebre con el flojo en la carreta, cuando los alcanza un rico hacendado quien al enterarse de la tragedia, le dijo al flojo que se bajara de la carreta y que él le iba a proporcionar todo el alimento por el resto de su vida.
El flojo levantó la cabeza y le preguntó que si de qué alimento se trataba, respondiéndole el hacendado que era maíz; el flojo le preguntó ¿y yá está desgranado?...Nó, le respondió el hacendado, está en mazorca, nomás vas desgranando el que necesites comerte.
El flojo entonces le expresó… ¡ah nó, entonces nó!... ¡que siga el cortejo!.
Y ahí, parece que vamos también los mexicanos, en ése mismo cortejo.
Hasta que de allá les enseñan, les señalan, les alertan, les gritan o les exigen, actúan…y todavía…piden ayuda.
Actúan –haciendo una doméstica comparación– como el compañero “copión” de la Escuela, que no estudia por sí, sino que siempre está atenido a lo que su vecino de pupitre haga o deje de hacer, para copiarle…y todavía con la agravante de que está supeditado a que su compañero vecino, lo deje o nó que le copie. Son en suma: atenidos, perezosos neuronales, sin iniciativa propia, ni autoestima.
Éstos políticos y gobernantes que padecemos recuerdan al relato del flojo que cuentan las tradiciones de la grandiosa tribu Yaqui de Sonora. Cuentan los Yaquis, que en su pueblo vivía un flojo al que todos mantenían. Pero un día, el pueblo se cansó de mantenerlo y decidió darle un ultimátum… ¡o trabajas, o te dejamos morir de hambre!, le dijeron.
El flojo, les argumentó…ustedes están en su derecho de ya no darme de comer, pero yo estoy en mi derecho de nunca trabajar; y les contraofertó…No me dejen morir de hambre, entiérrenme vivo pero no me lleven caminando, llévenme en una carreta, y que en la procesión a mi entierro haya mucha comida regalada para mí y para el pueblo que me acompañe en el recorrido al panteón.
Los Yaquis aceptaron la propuesta del flojo, pensando para sí que, seguro al verse en el panteón el flojo recapacitaría y optaría por trabajar. Iban los Yaquis en pleno cortejo fúnebre con el flojo en la carreta, cuando los alcanza un rico hacendado quien al enterarse de la tragedia, le dijo al flojo que se bajara de la carreta y que él le iba a proporcionar todo el alimento por el resto de su vida.
El flojo levantó la cabeza y le preguntó que si de qué alimento se trataba, respondiéndole el hacendado que era maíz; el flojo le preguntó ¿y yá está desgranado?...Nó, le respondió el hacendado, está en mazorca, nomás vas desgranando el que necesites comerte.
El flojo entonces le expresó… ¡ah nó, entonces nó!... ¡que siga el cortejo!.
Y ahí, parece que vamos también los mexicanos, en ése mismo cortejo.
Lic. Pedro García Palazuelos.